domingo, junio 04, 2006

Bifronte


Entre nosotros dos, una bala.
Una bala detenida en el tiempo y en el aire, esperando un leve movimiento de la escena para avanzar en su recorrido fatal, inevitable, implacable como la muerte misma.
Entre nosotros dos, sólo una bala.
Una bala que marca – absurda como toda frontera- el límite de dos mundos, el trayecto entre dos maneras distintas de embarrarse en este lodo, de hundirse en este pantano.
Entre nosotros dos, una bala.
Una bala a igual distancia de nuestros cuerpos, que nos une tanto como nos separa. Nos une porque está ahí, señalando el curso de nuestra existencia, obligándonos a conseguirla, a dispararla, a esquivarla.
Nos separa, hoy, ahora, sólo la dirección de esa bala. Nos separa, hoy, ahora, la vida y la muerte.
Una bala que nunca marcará la diferencia entre fracasados y victoriosos porque aunque ahora espera avanzar en una dirección, mañana lo hará en la otra y compartiremos el fracaso y la muerte del mismo modo que hoy compartimos esa bala.
¿Qué cambia si hoy veo mi rostro espantado, resignado, en los ojos encendidos de quien tengo en frente, inclemente, ocupado en la indiferente rutina al disparar? ¿Qué cambia si es mi puño firme, decidido, severo, el que siente el temor, el temblor ajeno, ese olor a muerte que se respira en el aire cuando se juntan la transpiración espantada con la pólvora fresca? ¿Qué cambia, si hoy soy yo pero mañana o ayer pude ser él? ¿Quiénes somos él, yo?¿Somos este destino, esta escena, este mundo detenido en la bala que espera reanudar su trayecto? ¿ Somos este gris tormento que – de tan doloroso- ya ni siquiera alcanza a dolernos? ¿Somos esta tierra de metálico dolor, este pecho desgarrado? ¿Somos esta escena cíclica, que todavía espera un desenlace repetido?
Absurda como toda frontera, es la ley quien ahora decide arbitrariamente si muero yo, si muere él. ¿Es posible morir cuando es ésta la vida que vivimos?.
Absurda como toda frontera, esa misma ley disuelve el límite entre la vida que se muere a diario y la muerte que se vive en los resquicios de los papeles incalculables, agobiantes; en los silencios de la palabra que se nos impone; en la palabra que nos calla o nos nombra para callarnos.
¿Qué cambia si yo soy él, si yo soy yo en esta escena?
¿Qué importa si siempre es la ley la que nos arma para defender – a muerte- el dejar morir?
¿Qué cambia si yo soy él, si yo soy yo en esta escena?
¿Qué importa si siempre es la ley, frío metal, la que nos espera, pase lo que pase, para empujarnos a esta escena; con una bala entre nosotros dos –absurda como toda frontera-; para condenarnos con su tinta furiosa y nombrarnos, hasta dañarnos las pieles, con esas inscripciones que vienen pensando hace siglos y que nos hacen creer que existen antes que nosotros?.
Nada cambia porque esa bala, absurda, comienza a avanzar, y cuando impacte en la carne doliente- en una explosión que inundará de sangre la noche oscura, el aire frío, el cielo testigo- yo volveré a morir, aunque sobreviva.

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